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martes, 3 de junio de 2014

NN

Perseguía el olor de la gente.

Seis de la mañana, pensaría que habría que salir y de nuevo se quedaría en casa.

- No, hoy tampoco voy, estoy trabajando en algo -- Cuelga el auricular y el argumento fatuo para fallar a la redacción.

Abre el primer cajón del ceibó gris que quedó del incendio, y ahí estaban:
Tenía a Laura, tenía a Diego, a Carlos, a Gabriel y a Gabriela, gemelos inseparables en todos los planos. Tenía a su madre antes de morir. Olor sagrado.
Tenía al David adicto al te verde y al de acetato, ese olor a plástico del David maldito que lo dejó.

Repasaba compulsivamente el archivo: de Diego conservaba la foto que le habría tomado la segunda vez que se dieron.
En ella se mantenía, con sólo frotarla,  la fragancia a sudor seco de sus axilas sin desodorante: su almohada durante más de un fin de semana.

Laurita...cutis desgastado y maltrecho, rasgos tan simétricos que rayaban en lo insípido,
pero el olor del espacio en medio de sus tetas, no tenía parangón.
Eran flores de mañana y aceite de oliva de noche.
Es más, hacían el día y la noche.
El plus: le olían a café los rizos sueltos, y a cuero seco cuando se agarraba una coleta o cuando pedía que la maltratara en la hora del amor.
Su cuello y sus manos se quedaban atrapados en las uñas de Juan hasta que se bañaba y el olor a café se iba.
Que se fuera, garantizaba que Laurita tenía que volver.
Seguramente la amó. Pero qué tanto.

Patricia, era otra cosa, le recordaba a sí mismo:  no tenía olor.
Lo perdió en uno de esos años, o esos viajes, nunca se supo, pero Juan no pudo perdonárselo.
Luego de las rutinas de desaires, al fin entendió que la ciencia la había desplazado y se fue.
Era un alivio que no estuviera.
De Patricia conservaría las fotos en la PC y una que otra receta de comida.
Ella jamás se le plantaría a Odora, que era así, como esa mujer que hagas lo que hagas, jamás te deja, y terminas necesitándola patéticamente.
Era una aplicación que había hecho cosa del pasado cualquier porno,
flirteo en el bar,
correos electrónicos,
redes,
o intercambio de mensajes de texto calientes a deshoras.
Hacía 5 años  que le daba acceso a lo mejor de los mundos a donde había entrado.
Gracias a ellla, tendría siempre a mano, las carnes que comió y le probaron un par de veces, sin cargar con ese "paquete completo" de intenciones e impertinencias.
Sin el consenso necesario para descargar fluidos y así desconectarse un rato.

No hacia falta la voluntad del otro, Odora le garantizaba la permanencia eterna del olor de la pierna, del ombligo, de las nalgas o el pecho que fotografiara.
Juan jamás salió de ese cajón y se lamentaba.
Miraba su reflejo frustrado en el espejo sucio.
Lo sentía por quienes ocurrieron antes de la llegada de esta aplicación. Ellos y ellas eran aromas perdidos.










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