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domingo, 11 de agosto de 2013

A quien llaman "El Sócrates Platónico". El mundo cambia cuando alguien piensa.






Una de estas tardes sentada en los pasillos de la facultad, conversé con un grupo de compañeros acerca del bestseller "El mundo de Sophia" de Josten Gaarder; uno de los muchachos me pregunta: ¿Con cual filósofo te quedas Aristóteles, Platón o Sócrates?, tajante le dije: Sócrates.  ¿Porqué? Por ser un potenciador del arte y la necesidad de conversar como método eficaz para dar rienda suelta a la sabiduría,
Por fingir ignorancia para revelar las debilidades de sus interlocutores.
El arte de pensar inéditamente.
El arte del que no pretende enseñar sino aprender, y a pesar de ello logra sin embargo, ser un gran maestro, en el caso de Sócrates, esto se evidencia en sus frutos: Aristóteles y Platón.

El arte de Ser de Sócrates es renovador e inspirador, hasta yo que no se filosofar lo percibo asi.. 
Para quienes no conocen algo de su vida, y también porque la filosofía lo es todo y debería estar en todos, añado un fragmento de "El mundo de Sophía" de Josten Gaarder, acerca de Sócrates.


"¿Quién es Sócrates ?

Sócrates (470-399 a. de C.) es quizás el personaje más enigmático de toda la historia de la filosofía. No escribió nada en absoluto. Y sin embargo, es uno de los filósofos que más influencia ha ejercido sobre el pensamiento europeo. Esto se debe en parte a su dramática muerte.

Sabemos que nació en Atenas y que pasó la mayor parte de su vida por calles y plazas conversando con la gente con la que se topaba. Los árboles en e! campo no me pueden enseñar nada, decía. A menudo se quedaba inmóvil, de pie, en profunda meditación durante horas.

Ya en vida fue considerado una persona enigmática y, al poco tiempo de morir, como el artífice de una serie de distintas corrientes filosóficas. Precisamente porque era tan enigmático y ambiguo, podía ser utilizado en provecho de corrientes completamente diferentes.

Lo que es seguro es que era feo de remate. Era bajito y gordo, con ojos saltones y nariz respingona. Pero interiormente era, se decía, «maravilloso». También se decía de él: «Se puede buscar y rebuscar en su propia época, se puede buscar y rebuscar en el pasado, pero nunca se encontrará a nadie como él». Y, sin embargo, fue condenado a muerte por su actividad filosófica.

La vida de Sócrates se conoce sobre todo a través de Platón, que fue su alumno y que, por otra parte, sería uno de los filósofos más grandes de la historia. Platón escribió muchos diálogos —o conversaciones filosóficas— en los que utilizaba a Sócrates como portavoz.

No podemos estar completamente seguros de que las palabras que Platón pone en boca de Sócrates fueran verdaderamente pronunciadas por Sócrates, y, por ello, resulta un poco difícil separar entre lo que era la doctrina de Sócrates y las palabras del propio Platón. Este problema también surge con otros personajes históricos que no dejaron ninguna fuente escrita. El ejemplo más conocido de esto es, sin duda, Jesucristo. No podemos estar seguros de que el «Jesús histórico» dijera verdaderamente lo que ponen en su boca Mateo o Lucas. Lo mismo pasa también con lo que dijo el «Sócrates histórico».

Sin embargo, no es tan importante saber quién era Sócrates verdaderamente. Es, ante todo, la imagen que nos proporciona Platón de Sócrates la que ha inspirado a los pensadores de Occidente durante casi 2.500 años.



La propia esencia de la actividad de Sócrates es que su objetivo no era enseñar a la gente. Daba más bien la impresión de que aprendía de las personas con las que hablaba. De modo que no enseñaba como cualquier maestro de escuela. No, no, él conversaba.

Está claro que no se habría convertido en un famoso filósofo si sólo hubiera escuchado a los demás. Y tampoco le habrían condenado a muerte, claro está. Pero, sobre todo, al principio solía simplemente hacer preguntas, dando a entender que no sabía nada. En el transcurso de la conversación, solía conseguir que su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y entonces, podía suceder que el otro se viera acorralado y, al final, tuviera que darse cuenta de lo que era bueno y lo que era malo.

Se dice que la madre de Sócrates era comadrona, y Sócrates comparaba su propia actividad con la del «arte de parir» de la comadrona. No es la comadrona la que pare al niño. Simplemente está presente para ayudar durante el parto. Así, Sócrates consideraba su misión ayudar a las personas a «parir» la debida comprensión. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir del interior de cada uno. No puede ser impuesto por otros. Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento.

Puntualizo: la capacidad de parir hijos es una facultad natural. De la misma manera, todas las personas pueden llegar a entender las verdades filosóficas cuando utilizan su razón. Cuando una persona «entra en juicio», recoge algo de ella misma.

Precisamente haciéndose el ignorante, Sócrates obligaba a la gente con la que se topaba a utilizar su sentido común. Sócrates se hacía el ignorante, es decir, aparentaba ser más tonto de lo que era. Esto lo llamamos ironía socrática. De esa manera, podía constantemente señalar los puntos débiles de la manera de pensar de los atenienses. Esto solía suceder en plazas públicas. Un encuentro con Sócrates podía significar quedar en ridículo ante un gran público.

Por lo tanto, no es de extrañar que Sócrates, a la larga, pudiera resultar molesto e irritante, sobre todo para los que sostenían los poderes de la sociedad. «Atenas es como un caballo apático», decía Sócrates, «y yo soy un moscardón que intenta despertarlo y mantenerlo vivo». (¿Qué se hace con un moscardón, Sofía? ¿Me lo puedes decir?)

No era con intención de torturar a su prójimo por lo que Sócrates les incordiaba continuamente. Había algo dentro de él que no le dejaba elección. Él solía decir que tenía una «voz divina» en su interior. Sócrates protestaba, por ejemplo, contra tener que participar en condenar a alguien a muerte. Además, se negaba a delatar a adversarios políticos. Esto le costaría, al final, la vida.

En 399 a. de C. fue acusado de «introducir nuevos dioses» y de «llevar a la juventud por caminos equivocados». Por una escasa mayoría, fue declarado culpable por un jurado de 500 miembros.

Seguramente podría haber suplicado clemencia. Al menos, podría haber salvado el pellejo si hubiera accedido a abandonar Atenas. Pero si lo hubiera hecho, no habría sido Sócrates. El caso es que valoraba su propia conciencia —y la verdad— más que su propia vida. Aseguró que había actuado por el bien del Estado. Y, sin embargo, lo condenaron a muerte. Poco tiempo después, vació la copa de veneno en presencia de sus amigos más íntimos. Luego cayó muerto al suelo.

¿Por qué, Sofía? ¿Por qué tuvo que morir Sócrates? Esta pregunta ha sido planteada por los seres humanos durante 2.400 años. Pero él no es la única persona en la historia que ha ido hasta el final, muriendo por su convicción. Ya mencioné a Jesús, y en realidad existen más puntos comunes entre Jesús y Sócrates. Mencionaré algunos.

Tanto Jesús como Sócrates eran considerados personas enigmáticas por sus contemporáneos. Ninguno de los dos escribió su mensaje, lo que significa que dependemos totalmente de la imagen que de ellos dejaron sus discípulos. Lo que está por encima de cualquier duda, es que los dos eran maestros en el arte de conversar. Además, hablaban con una autosuficiencia que fascinaba e irritaba. Y los dos pensaban que hablaban en nombre de algo mucho mayor que ellos mismos. Desafiaron a los poderosos de la sociedad, criticando toda clase de injusticia y abuso de poder. Y finalmente: esta actividad les costaría la vida.

También en lo que se refiere a los juicios contra Jesús y Sócrates, vemos varios puntos comunes. Los dos podrían haber suplicado clemencia y haber salvado, así, la vida. Pero pensaban que tenían una vocación que habrían traicionado si no hubieran ido hasta el final. Precisamente yendo a la muerte con la cabeza erguida, reunirían a miles de partidarios también después de su muerte.

Aunque hago esta comparación entre Jesús y Sócrates, no digo que fueran iguales. Lo que he querido decir, ante todo, es que los dos tenían un mensaje que no puede ser separado de su coraje personal.

Un comodín en Atenas

¡Sócrates, Sofía! No hemos acabado del todo con él, ¿sabes? Hemos dicho algo sobre su método. ¿Pero cuál fue su proyecto filosófico?

Sócrates vivió en el mismo tiempo que los sofistas. Como ellos, se interesó más por el ser humano y por su vida que por los problemas de los filósofos de la naturaleza. Un filósofo romano —Cicerón— diría, unos siglos más tarde, que Sócrates «hizo que la filosofía bajara del cielo a la tierra, y la dejó morar en las ciudades y la introdujo en las casas, obligando a los seres humanos a pensar en la vida, en las costumbres, en el bien y en el mal».

Pero Sócrates también se distinguía de los sofistas en un punto importante. Él no se consideraba sofista, es decir, una persona sabia o instruida. Al contrario que los sofistas, no cobraba dinero por su enseñanza. Sócrates se llamaba «filósofo», en el verdadero sentido de la palabra. «Filósofo» significa en realidad «uno que busca conseguir sabiduría».


¿Estás cómoda, Sofía? Para el resto del curso de filosofía, es muy importante que entiendas la diferencia entre un «sofista» y un «filósofo». Los sofistas cobraban por sus explicaciones más o menos sutiles, y esos sofistas han ido apareciendo y desapareciendo a través de toda la historia. Me refiero a todos esos maestros de escuela y sabelotodos que, o están muy contentos con lo poco que saben, o presumen de saber un montón de cosas de las que en realidad no tienen ni idea. Seguramente habrás conocido a algunos de esos sofistas en tu corta vida. Un verdadero filósofo, Sofía, es algo muy distinto, más bien lo contrario. Un filósofo sabe que en realidad sabe muy poco, y, precisamente por eso, intenta una y otra vez conseguir verdaderos conocimientos. Sócrates fue un ser así, un ser raro. Se daba cuenta de que no sabía nada de la vida ni del mundo, o más que eso: le molestaba seriamente saber tan poco.

Un filósofo es, pues, una persona que reconoce que hay un montón de cosas que no entiende. Y eso le molesta. De esa manera es, al fin y al cabo, más sabio que todos aquellos que presumen de saber cosas de las que no saben nada. «La más sabia es la que sabe lo que no sabe», dije. Y Sócrates dijo que sólo sabía una cosa: que no sabía nada. Toma nota de esta afirmación, porque ese reconocimiento es una cosa rara, incluso entre filósofos. Además, puede resultar tan peligroso si lo predicas públicamente que te puede costar la vida. Los que preguntan, son siempre los más peligrosos. No resulta igual de peligroso contestar. Una sola pregunta puede contener más pólvora que mil respuestas.

¿Has oído hablar del nuevo traje del emperador? En realidad, el emperador estaba totalmente desnudo, pero ninguno de sus súbditos se atrevió a decírselo. De pronto, hubo un niño que exclamó que el emperador estaba desnudo. Ése era un niño valiente, Sofía. De la misma manera, Sócrates se atrevió a decir lo poco que sabemos los seres humanos. Ya señalamos antes el parecido que hay entre niños y filósofos.

Puntualizo: la humanidad se encuentra ante una serie de preguntas importantes a las que no encontramos fácilmente buenas respuestas. Ahora se ofrecen dos posibilidades: podemos engañarnos a nosotros mismos y al resto del mundo, fingiendo que sabemos todo lo que merece la pena saber, o podemos cerrar los ojos a las preguntas primordiales y renunciar de una vez por todas, a conseguir más conocimientos. De esta manera, la humanidad se divide en dos partes. Por regla general, las personas, o están segurísimas de todo, o se muestran indiferentes. (¡Las dos clases gatean muy abajo en la piel del conejo!) Es como cuando divides una baraja en dos, mi querida Sofía. Se meten las cartas rojas en un montón, y las negras en otro. Pero, de vez en cuando, sale de la baraja un comodín, una carta que no es ni trébol, ni corazón, ni rombo, ni pica. Sócrates fue un comodín de esas características en Atenas. No estaba ni segurísimo, ni se mostraba indiferente. Solamente sabía que no sabía nada, y eso le inquietaba. De modo que se hace filósofo el que incansablemente busca conseguir conocimientos ciertos.

Se cuenta que un ateniense preguntó al oráculo de Delfos quién era el ser más sabio de Atenas. El oráculo contestó que era Sócrates. Cuando Sócrates se enteró, se extrañó muchísimo. (¡Creo que se echó a reír, Sofía!) Se fue en seguida a la ciudad a ver a uno que, en opinión propia, y en la de muchos otros, era muy sabio. Pero cuando resultó que ese hombre no era capaz de dar ninguna respuesta cierta a las preguntas que Sócrates le hacía, éste entendió al final que el oráculo tenía razón.

Para Sócrates era muy importante encontrar una base segura para nuestro conocimiento. Él pensaba que esta base se encontraba en la razón del hombre. Con su fuerte fe en la razón del ser humano, era un típico racionalista.

Un conocimiento correcto conduce a acciones correctas

Ya mencioné que Sócrates pensaba que tenía por dentro una voz divina y que esa «conciencia» le decía lo que estaba bien. «Quien sepa lo que es bueno, también hará el bien», decía. Quería decir que conocimientos correctos conducen a acciones correctas. Y sólo el que hace esto se convierte en un «ser correcto». Cuando actuamos mal es porque desconocemos otra cosa. Por eso es tan importante que aumentemos nuestros conocimientos. Sócrates estaba precisamente buscando definiciones claras y universales de lo que estaba bien y de lo que estaba mal. Al contrario que los sofistas, él pensaba que la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal se encuentra en la razón, y no en la sociedad.

Quizás esto último te resulte un poco difícil de digerir Sofía. Empiezo de nuevo: Sócrates pensaba que era imposible ser feliz si uno actúa en contra de sus convicciones. Y el que sepa cómo se llega a ser un hombre feliz, intentará serlo. Por ello, quien sabe lo que está bien, también hará el bien, pues ninguna persona querrá ser infeliz, ¿no?

¿Tú qué crees, Sofía? ¿Podrás vivir feliz si constantemente haces cosas que en el fondo sabes que no están bien? Hay muchos que constantemente mienten, y roban, y hablan mal de los demás. ¡De acuerdo! Seguramente saben que eso no está bien, o que no es justo, si prefieres. ¿Pero crees que eso les hace felices?

Sócrates no pensaba así."

A partir de la "Conversión de K"






 

¿Cómo pasamos de ser seres con plenas potencialidades de pensamiento crítico a células inanimadas que facilitan la implantación y acomodamiento de un sistema extirpador de la opinión, de la creatividad y del pensamiento?

Ideologías, religiones: formas de dominación que nos atan a una realidad virtual cómodamente aceptada, a una vista empañada y a la saturación de los sentidos hasta el punto de inhibir el proceso de gestación de una idea. 

Ya esto otros lo han dicho pero aja: comemos, respiramos, leemos y escuchamos basura y estamos obligados a pagar por ella como si fuera comida, información, oxígeno o “calidad de vida”.

Caminamos controlados por gobiernos republicanos, demócratas, soviéticos, comunistas, socialistas, centroizquierdistas. Muchos nombres, pero  todos danzamos al son de la música que toque el mismo sistema en sus distintas representaciones.
Son los mismos derechos, las mismas cifras de miseria y pobreza,  uno que otro proceso electoral y todavía ser gente (por no decir “distinto”) está prohibido.

Un  invento conveniente. Creemos que pensamos y  aseguramos que nuestro criterio es completamente distinto a lo que el sistema espera que pensemos. Lo han sabido hacer.                                               


¿Cómo hacer si desde que nacemos hasta que morimos en cada discurso de cada dirigente político, de cada maestro, de cada padre y madre hay ideología y todas son usadas a conveniencia de sus intereses?

Desvestir discursos, noticias, películas, canciones y sobretodo al emisor. Deshilar prejuicios, falsas convicciones.Generalmente lo que consideramos verdad, no es más que una respuesta ideológica a los acontecimientos reales que, también generalmente, suelen ser otra cosa. 

Sé que caminar a la izquierda me mantiene un poco más cerca de la historia no contada por los vencedores. Me gusta esa acera.

Comenzaré por mi, la izquierdista creadora de claroscuros mentales para justificar el vaivén de los acontecimientos de la actualidad, a quien cuestionaré primero.  

Me procuraré una vida despierta.
 

El opio más venenoso



Porque de vez en cuando se aprende algo en la facultad, 
Ver "De la servidumbre moderna" de Jena-François Brient, para mirar, escuchar y dejar de lado el placer que brinda tanta  ignorancia.

https://www.youtube.com/watch?v=KjXN_qFyIrI