Una de estas tardes sentada en los
pasillos de la facultad, conversé con un grupo de compañeros acerca del
bestseller "El mundo de Sophia" de Josten Gaarder; uno de los muchachos
me pregunta: ¿Con cual filósofo te quedas Aristóteles, Platón o
Sócrates?, tajante le dije: Sócrates. ¿Porqué? Por ser un potenciador
del arte y la necesidad de conversar como método eficaz para dar rienda
suelta a la sabiduría,
Por fingir ignorancia para revelar las debilidades de sus interlocutores.
El arte de pensar inéditamente.
El
arte del que no pretende enseñar sino aprender, y a pesar de ello logra
sin embargo, ser un gran maestro, en el caso de Sócrates, esto se
evidencia en sus frutos: Aristóteles y Platón.
El arte de Ser de Sócrates es renovador e inspirador, hasta yo que no se filosofar lo percibo asi..
Para
quienes no conocen algo de su vida, y también porque la filosofía lo es
todo y debería estar en todos, añado un fragmento de "El mundo de
Sophía" de Josten Gaarder, acerca de Sócrates.
"¿Quién es Sócrates ?
Sócrates (470-399 a. de C.) es
quizás el personaje más enigmático de toda la historia de la filosofía.
No escribió nada en absoluto. Y sin embargo, es uno de los filósofos
que más influencia ha ejercido sobre el pensamiento europeo. Esto se
debe en parte a su dramática muerte.
Sabemos que nació en Atenas y
que pasó la mayor parte de su vida por calles y plazas conversando con
la gente con la que se topaba. Los árboles en e! campo no me pueden
enseñar nada, decía. A menudo se quedaba inmóvil, de pie, en profunda
meditación durante horas.
Ya en vida fue considerado una
persona enigmática y, al poco tiempo de morir, como el artífice de una
serie de distintas corrientes filosóficas. Precisamente porque era tan
enigmático y ambiguo, podía ser utilizado en provecho de corrientes
completamente diferentes.
Lo que es seguro es que era feo
de remate. Era bajito y gordo, con ojos saltones y nariz respingona.
Pero interiormente era, se decía, «maravilloso». También se decía de
él: «Se puede buscar y rebuscar en su propia época, se puede buscar y
rebuscar en el pasado, pero nunca se encontrará a nadie como él». Y,
sin embargo, fue condenado a muerte por su actividad filosófica.
La vida de Sócrates se conoce
sobre todo a través de Platón, que fue su alumno y que, por otra parte,
sería uno de los filósofos más grandes de la historia. Platón escribió
muchos diálogos —o conversaciones filosóficas— en los que utilizaba a
Sócrates como portavoz.
No podemos estar completamente
seguros de que las palabras que Platón pone en boca de Sócrates fueran
verdaderamente pronunciadas por Sócrates, y, por ello, resulta un poco
difícil separar entre lo que era la doctrina de Sócrates y las palabras
del propio Platón. Este problema también surge con otros personajes
históricos que no dejaron ninguna fuente escrita. El ejemplo más
conocido de esto es, sin duda, Jesucristo. No podemos estar seguros de
que el «Jesús histórico» dijera verdaderamente lo que ponen en su boca
Mateo o Lucas. Lo mismo pasa también con lo que dijo el «Sócrates
histórico».
Sin embargo, no es tan
importante saber quién era Sócrates verdaderamente. Es, ante todo, la
imagen que nos proporciona Platón de Sócrates la que ha inspirado a los
pensadores de Occidente durante casi 2.500 años.
La propia esencia de la
actividad de Sócrates es que su objetivo no era enseñar a la gente.
Daba más bien la impresión de que aprendía de las personas con las que
hablaba. De modo que no enseñaba como cualquier maestro de escuela. No,
no, él conversaba.
Está claro que no se habría
convertido en un famoso filósofo si sólo hubiera escuchado a los demás.
Y tampoco le habrían condenado a muerte, claro está. Pero, sobre todo,
al principio solía simplemente hacer preguntas, dando a entender que
no sabía nada. En el transcurso de la conversación, solía conseguir que
su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y
entonces, podía suceder que el otro se viera acorralado y, al final,
tuviera que darse cuenta de lo que era bueno y lo que era malo.
Se dice que la madre de Sócrates
era comadrona, y Sócrates comparaba su propia actividad con la del
«arte de parir» de la comadrona. No es la comadrona la que pare al
niño. Simplemente está presente para ayudar durante el parto. Así,
Sócrates consideraba su misión ayudar a las personas a «parir» la
debida comprensión. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir
del interior de cada uno. No puede ser impuesto por otros. Sólo el
conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento.
Puntualizo: la capacidad de
parir hijos es una facultad natural. De la misma manera, todas las
personas pueden llegar a entender las verdades filosóficas cuando
utilizan su razón. Cuando una persona «entra en juicio», recoge algo de
ella misma.
Precisamente haciéndose el
ignorante, Sócrates obligaba a la gente con la que se topaba a utilizar
su sentido común. Sócrates se hacía el ignorante, es decir, aparentaba
ser más tonto de lo que era. Esto lo llamamos ironía socrática. De esa
manera, podía constantemente señalar los puntos débiles de la manera
de pensar de los atenienses. Esto solía suceder en plazas públicas. Un
encuentro con Sócrates podía significar quedar en ridículo ante un gran
público.
Por lo tanto, no es de extrañar
que Sócrates, a la larga, pudiera resultar molesto e irritante, sobre
todo para los que sostenían los poderes de la sociedad. «Atenas es como
un caballo apático», decía Sócrates, «y yo soy un moscardón que
intenta despertarlo y mantenerlo vivo». (¿Qué se hace con un moscardón,
Sofía? ¿Me lo puedes decir?)
No era con intención de torturar
a su prójimo por lo que Sócrates les incordiaba continuamente. Había
algo dentro de él que no le dejaba elección. Él solía decir que tenía
una «voz divina» en su interior. Sócrates protestaba, por ejemplo,
contra tener que participar en condenar a alguien a muerte. Además, se
negaba a delatar a adversarios políticos. Esto le costaría, al final,
la vida.
En 399 a. de C. fue acusado de
«introducir nuevos dioses» y de «llevar a la juventud por caminos
equivocados». Por una escasa mayoría, fue declarado culpable por un
jurado de 500 miembros.
Seguramente podría haber
suplicado clemencia. Al menos, podría haber salvado el pellejo si
hubiera accedido a abandonar Atenas. Pero si lo hubiera hecho, no
habría sido Sócrates. El caso es que valoraba su propia conciencia —y
la verdad— más que su propia vida. Aseguró que había actuado por el
bien del Estado. Y, sin embargo, lo condenaron a muerte. Poco tiempo
después, vació la copa de veneno en presencia de sus amigos más
íntimos. Luego cayó muerto al suelo.
¿Por qué, Sofía? ¿Por qué tuvo
que morir Sócrates? Esta pregunta ha sido planteada por los seres
humanos durante 2.400 años. Pero él no es la única persona en la
historia que ha ido hasta el final, muriendo por su convicción. Ya
mencioné a Jesús, y en realidad existen más puntos comunes entre Jesús y
Sócrates. Mencionaré algunos.
Tanto Jesús como Sócrates eran
considerados personas enigmáticas por sus contemporáneos. Ninguno de
los dos escribió su mensaje, lo que significa que dependemos totalmente
de la imagen que de ellos dejaron sus discípulos. Lo que está por
encima de cualquier duda, es que los dos eran maestros en el arte de
conversar. Además, hablaban con una autosuficiencia que fascinaba e
irritaba. Y los dos pensaban que hablaban en nombre de algo mucho mayor
que ellos mismos. Desafiaron a los poderosos de la sociedad,
criticando toda clase de injusticia y abuso de poder. Y finalmente:
esta actividad les costaría la vida.
También en lo que se refiere a
los juicios contra Jesús y Sócrates, vemos varios puntos comunes. Los
dos podrían haber suplicado clemencia y haber salvado, así, la vida.
Pero pensaban que tenían una vocación que habrían traicionado si no
hubieran ido hasta el final. Precisamente yendo a la muerte con la
cabeza erguida, reunirían a miles de partidarios también después de su
muerte.
Aunque hago esta comparación
entre Jesús y Sócrates, no digo que fueran iguales. Lo que he querido
decir, ante todo, es que los dos tenían un mensaje que no puede ser
separado de su coraje personal.
Un comodín en Atenas
¡Sócrates, Sofía! No hemos
acabado del todo con él, ¿sabes? Hemos dicho algo sobre su método.
¿Pero cuál fue su proyecto filosófico?
Sócrates vivió en el mismo
tiempo que los sofistas. Como ellos, se interesó más por el ser humano y
por su vida que por los problemas de los filósofos de la naturaleza.
Un filósofo romano —Cicerón— diría, unos siglos más tarde, que Sócrates
«hizo que la filosofía bajara del cielo a la tierra, y la dejó morar
en las ciudades y la introdujo en las casas, obligando a los seres
humanos a pensar en la vida, en las costumbres, en el bien y en el
mal».
Pero Sócrates también se
distinguía de los sofistas en un punto importante. Él no se consideraba
sofista, es decir, una persona sabia o instruida. Al contrario que los
sofistas, no cobraba dinero por su enseñanza. Sócrates se llamaba
«filósofo», en el verdadero sentido de la palabra. «Filósofo» significa
en realidad «uno que busca conseguir sabiduría».
¿Estás cómoda, Sofía? Para el
resto del curso de filosofía, es muy importante que entiendas la
diferencia entre un «sofista» y un «filósofo». Los sofistas cobraban
por sus explicaciones más o menos sutiles, y esos sofistas han ido
apareciendo y desapareciendo a través de toda la historia. Me refiero a
todos esos maestros de escuela y sabelotodos que, o están muy
contentos con lo poco que saben, o presumen de saber un montón de cosas
de las que en realidad no tienen ni idea. Seguramente habrás conocido a
algunos de esos sofistas en tu corta vida. Un verdadero filósofo,
Sofía, es algo muy distinto, más bien lo contrario. Un filósofo sabe
que en realidad sabe muy poco, y, precisamente por eso, intenta una y
otra vez conseguir verdaderos conocimientos. Sócrates fue un ser así,
un ser raro. Se daba cuenta de que no sabía nada de la vida ni del
mundo, o más que eso: le molestaba seriamente saber tan poco.
Un filósofo es, pues, una
persona que reconoce que hay un montón de cosas que no entiende. Y eso
le molesta. De esa manera es, al fin y al cabo, más sabio que todos
aquellos que presumen de saber cosas de las que no saben nada. «La más
sabia es la que sabe lo que no sabe», dije. Y Sócrates dijo que sólo
sabía una cosa: que no sabía nada. Toma nota de esta afirmación, porque
ese reconocimiento es una cosa rara, incluso entre filósofos. Además,
puede resultar tan peligroso si lo predicas públicamente que te puede
costar la vida. Los que preguntan, son siempre los más peligrosos. No
resulta igual de peligroso contestar. Una sola pregunta puede contener
más pólvora que mil respuestas.
¿Has oído hablar del nuevo traje
del emperador? En realidad, el emperador estaba totalmente desnudo,
pero ninguno de sus súbditos se atrevió a decírselo. De pronto, hubo un
niño que exclamó que el emperador estaba desnudo. Ése era un niño
valiente, Sofía. De la misma manera, Sócrates se atrevió a decir lo
poco que sabemos los seres humanos. Ya señalamos antes el parecido que
hay entre niños y filósofos.
Puntualizo: la humanidad se
encuentra ante una serie de preguntas importantes a las que no
encontramos fácilmente buenas respuestas. Ahora se ofrecen dos
posibilidades: podemos engañarnos a nosotros mismos y al resto del
mundo, fingiendo que sabemos todo lo que merece la pena saber, o
podemos cerrar los ojos a las preguntas primordiales y renunciar de una
vez por todas, a conseguir más conocimientos. De esta manera, la
humanidad se divide en dos partes. Por regla general, las personas, o
están segurísimas de todo, o se muestran indiferentes. (¡Las dos clases
gatean muy abajo en la piel del conejo!) Es como cuando divides una
baraja en dos, mi querida Sofía. Se meten las cartas rojas en un
montón, y las negras en otro. Pero, de vez en cuando, sale de la baraja
un comodín, una carta que no es ni trébol, ni corazón, ni rombo, ni
pica. Sócrates fue un comodín de esas características en Atenas. No
estaba ni segurísimo, ni se mostraba indiferente. Solamente sabía que no
sabía nada, y eso le inquietaba. De modo que se hace filósofo el que
incansablemente busca conseguir conocimientos ciertos.
Se cuenta que un ateniense
preguntó al oráculo de Delfos quién era el ser más sabio de Atenas. El
oráculo contestó que era Sócrates. Cuando Sócrates se enteró, se
extrañó muchísimo. (¡Creo que se echó a reír, Sofía!) Se fue en seguida
a la ciudad a ver a uno que, en opinión propia, y en la de muchos
otros, era muy sabio. Pero cuando resultó que ese hombre no era capaz
de dar ninguna respuesta cierta a las preguntas que Sócrates le hacía,
éste entendió al final que el oráculo tenía razón.
Para Sócrates era muy importante
encontrar una base segura para nuestro conocimiento. Él pensaba que
esta base se encontraba en la razón del hombre. Con su fuerte fe en la
razón del ser humano, era un típico racionalista.
Un conocimiento correcto conduce a acciones correctas
Ya mencioné que Sócrates pensaba
que tenía por dentro una voz divina y que esa «conciencia» le decía lo
que estaba bien. «Quien sepa lo que es bueno, también hará el bien»,
decía. Quería decir que conocimientos correctos conducen a acciones
correctas. Y sólo el que hace esto se convierte en un «ser correcto».
Cuando actuamos mal es porque desconocemos otra cosa. Por eso es tan
importante que aumentemos nuestros conocimientos. Sócrates estaba
precisamente buscando definiciones claras y universales de lo que
estaba bien y de lo que estaba mal. Al contrario que los sofistas, él
pensaba que la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que
está mal se encuentra en la razón, y no en la sociedad.
Quizás esto último te resulte un
poco difícil de digerir Sofía. Empiezo de nuevo: Sócrates pensaba que
era imposible ser feliz si uno actúa en contra de sus convicciones. Y
el que sepa cómo se llega a ser un hombre feliz, intentará serlo. Por
ello, quien sabe lo que está bien, también hará el bien, pues ninguna
persona querrá ser infeliz, ¿no?
¿Tú qué crees, Sofía? ¿Podrás
vivir feliz si constantemente haces cosas que en el fondo sabes que no
están bien? Hay muchos que constantemente mienten, y roban, y hablan
mal de los demás. ¡De acuerdo! Seguramente saben que eso no está bien, o
que no es justo, si prefieres. ¿Pero crees que eso les hace felices?
Sócrates no pensaba así."