En
cada nivel pesan más y más los kilos de maquillaje y trajes usados
para aparentar venir de un pasado solemne.
Es
el juego de los invictos y comienza con la autocensura: los
personajes “más fuertes” se ponen la capucha.
Quien
dice lo que piensa o siente, se jode rapidamente.
Gana
quien muestra menos, quien sabe mejor envolver u omitir.
El
juego mide destrezas histriónicas, es para competir, no para
compartir.
El
comodín es el ego – único mecanismo de supervivencia para evitar
“problemas” o “dolores de cabeza".
Entre
los estratagemas vencedores, destaca el consumismo de los cuerpos,
evitando en las almas, cualquier tipo de comuniones.
Es
un juego no apto para soñadores,
esos
a quienes los ojos le delatan el amor reciènnacido, el desprecio
profundo, o bien, la indiferencia.
Los
que se dejan ganar porque les fastidia la competencia.
Quienes
antes de vivir emulando juegos de video, preferimos jugar con tierra.
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