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martes, 11 de noviembre de 2014

Ni metro ni camioneta...




Y es que pasó el tiempo muy rápido.
Se fue este año de mil coyunturas y no recuerdo cómo pasé de ver la película de mi vida en el trayecto sobre mi primera moto, a tomar fotos y twittear en medio de guarimbas desde la California, Altamira y Los Chorros sin siquiera sostenerme.

Cómo llegué a tener al “Valencia”, un mototaxista que me espera en la esquina de la casa con un café porque sabe que me quedé dormida y detesto llegar tarde.
No se cómo, pero secreto culposo, como ocurre con un reguetón por ahí, me gusta, me encanta la moto.
Aunque ya me marcó la pierna con un beso que no se quita con sábila, me fascina la condenada moto.


Me gustan las maniobras suicidas de mototaxista cuando se pasa la entrada del distribuidor Sebucán – Los Dos Caminos, hace una maracuchada al devolverse en dirección contraria a los carros en plena cota mil y me dice “A mi me encanta como tú piloteas con las piernas”.


Me alegra el día.

Y me gusta más los días que uso leggins y siento la vibración exacta que relaja.
Un placer equivalente a los foros de JCMonedero o las merengadas tapa arterias de Migas, y que va acompañado del rocío y friíto mañanero en los poritos de mi cara sin maquillar.

...El olor y diversos verdes del Waraira a la altura del teleférico no se percibe en carro, como en moto, pero ni queriendo. Tampoco el efímero éxito de perder 200 bs, pero dejar atrás a quienes perderán dos horas de su vida en esa cola de las 6pm.
Si, 200 por el pecho, pero tener tiempo, mata a tener dinero.

Son mías también las miradas de desprecio y desconfianza desde los carros hacia “El Valen”, mientras el viento se lleva sus dilemas maritales: que la mujer sigue sin volver, que le llevó mercado, pero ya no lo quiere...
Juntos, el, su diente de plata y yo, reflexionamos sobre la vida mientras la arriesgamos.


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