N

jueves, 22 de enero de 2015

23/1



Estoy preñada.
Otra vez.
Me hierve la cabeza, me duele, y no consigo los lentes.
Soy ruidosa, pero no tolero el bullicio.
Mis hormonas repiten que me gusta lo que no se me parece.
Estoy preñada de cientos de preguntas e ideas nuevas que no respetan horarios, controlo las ganas de orinar, pero no puedo dejarlas de pensar.
Me siento en el 7MO mes, los pensamientos me despiertan, no dejan de moverse.
Como si fuera una perra, siento una camada
de ideas.
Soy un amasijo de líquido de vida cargado de demasiados detalles, de lo habitual, de lo cotidiano como algo sumamente importante.
Interpreto hasta el silencio, codifico los mensajes que transmite y me saturo aún más.
Por tanto, me excedo y necesito vaciarme.
Estoy extremadamente sensible y lloro, pero no porque mi historia sea triste, sino por lo fácil que resulta imaginarme cosas tan hermosas como fatales.
No soy lo suficientemente serena para contener todo en mi cerebro, tampoco para parirlo.
El asunto se resuelve con cesáreas recurrentes.
Me veo obligada cada tanto a sentarme y con un lápiz rajar y evacuar mis pensamientos.
¡Qué preñada me siento!
Y como es natural, apenas es el comienzo: al salir la idea, no será el fin. Seguirá conmigo, sin que pueda evadirla.
Pero la vida me da tregua, soy lo que quiero ser, hago lo que quiero y de paso, vivo de ello.
Si ya me siento enorme.
Si peso el doble aunque no se note.
Si joden las patadas de cada palabra ansiosa por salir de mi boca.
Si vivir encuadrada en un número predeterminado de caracteres, me escuece y no puedo rascarme.
Si además de esta preñez mental debo andar haciendo vida en el plano real y tangible.
No quiero ser famosa, no quiero ser rica, no podría cargar con todo ese peso encima, en el camino de conocerme.


No hay comentarios:

Publicar un comentario